lunes, 25 de abril de 2016

CUANDO CUIDAR NO ES FACIL




Soy enfermera de Cuidados Intensivos desde hace casi tres décadas. En mi trabajo, día a día me enfrento a la enfermedad y a la muerte de forma habitual; debo ser objetiva y eficaz en mi trabajo, manteniendo el tipo en situaciones complicadas que suponen una carga emocional importante.

         Me pregunto por qué sigo allí en momentos en los que mi ánimo decae, cuando me cuesta coger el coche para ir a mi hospital, o cuando después de una jornada difícil y terminar mi turno no sé si mi paciente estará cuando vuelva.

         Desde que terminé  casi solo he estado en Cuidados Intensivos, aquí encontré apoyo profesional, personal, me siento respetada, querida y a veces también impotente y frustrada.

 Una parte importante de mi vida discurre entre habitaciones, monitores, respiradores, sueros, medicamentos y en estos últimos años ordenadores  para registro de mis actividades que no reflejan en la mayoría de los casos lo que realmente hago en mi jornada y que tengo la sensación que me quitan tiempo de estar a pie de cama, pero lo que no está escrito no está hecho. Eso me dicen……

Mis compañeros y amigos  me respetan en mis días tristes y oscuros,  me hacen bajar la voz cuando me río con bromas que hago a los pacientes y a ellos, soy algo escandalosa lo reconozco, muchos me han acompañado en mi boda, mis embarazos y partos, estuvieron conmigo cuando mi padre falleció en la UCI, cuando estuve ingresada en la unidad como paciente, creo que he vivido desde todos los puntos de vista posibles lo que es una UCI como profesional, como paciente, como familiar.

         Es frecuente escuchar quejas de los familiares y de los mismos pacientes acerca de la atención de enfermería y solemos escuchar como un eco…”las enfermeras con el tiempo se vuelven insensibles ante el dolor, la enfermedad, la muerte”. Nada más lejos de la realidad.

Entendamos lo que “no reclama” el paciente: cuando nuestros pacientes no encuentran en nuestro cuidado calidez y sensibilidad humana se sienten traicionados…y ocurre que el acercamiento a la enfermedad genera emociones y sentimientos de difícil manejo no sólo en los pacientes sino también en los profesionales sanitarios.

         Comprender cómo siente un paciente que atraviesa por un dolor físico o del alma sigue generando en mí inquietud e impotencia a pesar de haber pasado por ello. Me imagino que me hace pensar y considerar mi propia mortalidad aumentando mis propios temores sobre la enfermedad, el dolor y el mismo sufrimiento, y a veces debo poner una barrera emocional para poder ser objetiva en mi trabajo, encontrar el equilibrio es muy difícil.

Me preguntan mis compañeros siendo yo unas de las  veteranas en la unidad ahora ¿qué entiendes por humanizar los cuidados intensivos?……
Me quedo parada, no  podría definirlo con palabras, no me lo había planteado, ¡abarca tantas cosas para mí!. No es algo nuevo que ahora aparece en las redes sociales, ha sido siempre una realidad oculta y que sale a la luz por el testimonio de personas que han pasado por esta vivencia, pero para el personal sanitario es el día a día.

La mayoría de nuestros pacientes no recuerdan su paso por la UCI a corto plazo y los que la recuerdan no tienen punto medio, o es la peor experiencia de su vida o se sienten  profundamente agradecidos por ayudarles a superarlo tanto a ellos como a sus familias.

Para mi es algo que aprendí cuando llegue a la UCI del Hospital General de Albacete de mis compañeras de aquel entonces sobre 1988 y he querido trasmitir ese HACER a todas las generaciones que han pasado por aquí y ¿cómo no? aprender de ellas también.

Para todo paciente que ingresa en UCI es una experiencia única, nueva y a veces terrorífica en la que se enfrenta a una limitación sensorial y afectiva (la familia no puede estar con ellos), se acompaña de falta de sueño, la terapéutica técnica (que es algunas veces agresiva, dolorosa e invasiva) es necesaria, se pierde privacidad, la movilidad del cuerpo o parte de él está disminuida y además le conectamos a un aparataje desconocido con una serie de alarmas que suenan en el momento más inoportuno. Si a todo esto se le une la escasa visibilidad que te da una lámpara en el techo justo encima de los ojos que se enciende como mínimo cada hora, cuatro paredes que no tienen tus cuadros de la Universidad Popular ni la foto de la boda de tus hijos, ni la de tus nietos vestidos de manchegos, ni la tuya…Ruidos extraños de respiradores , voces de desconocidos que te dicen “esté tranquilo,”  psicología inversa pues tiene efecto contrario, “no se mueva” o bien ”no se toque…!!!” o “eso no se lo quite…!!!”,y tú  piensas “ si me está picando esta pegatina…” Lo que pica se quita y el cable es algo que va pegado y que desencadena un ruido de duración variable e intensidad que  te atrona los oídos y te arrepientes de haberlo despegado algo tarde. Descrito así, podría parecer la Unidad de Cuidados Intensivos la casa de los terrores. El objetivo de estas líneas es desmitificar esta frialdad y dar a conocer mi Unidad a través de mi experiencia como enfermera,  familiar y paciente que en su día fui.

Les sorprendería ver cómo el trato  de todo el personal de la Unidad se adapta a cada situación y a cada paciente junto a su cama, intentando transmitir en situaciones de amenaza vital la seguridad que necesita.

Es cierto que muchos de nuestros pacientes permanecen dormidos por las necesidades y características de su propia patología, pero siempre que se dispone de tiempo y su situación clínica lo permite, aprovechamos para hablar con ellos mientras los aseamos, les cambiamos las sábanas, les realizamos curas o les revisamos la piel para prevenir la aparición de lesiones, les miramos detrás de las orejas como a nuestros hijos, les administramos medicación o les damos la comida. Sabemos que no es importante el tema sobre el que verse la conversación, sino  el calor con el que nos acerquemos para hablar. Esta dedicación crea un clima de afecto, una proximidad y calidez que transmite una seguridad que no se reemplaza con medicamentos cuando te encuentras aislado, solo y triste. Colocamos fotos familiares, vírgenes, amuletos, crucifijos en los cristales, les proporcionamos objetos personales,  una radio, revistas o gafas si con ello podemos hacer  la estancia más agradable y que parezca más corta, hasta hemos celebrado sus cumpleaños con su familia en la habitación con globos, pancartas y cantado como si fuera su primer día, su primer año , como si hubiera vuelto a nacer. Aprendemos a leer en los labios, el lenguaje de las manos o los gestos cuando no pueden hablar, intentamos identificar qué les provoca dolor, qué postura les gusta más, somos capaces de colocar las almohadas de las formas más increíbles para que se sientan cómodos, les levantamos al sillón a la hora de la visita para que sus familiares se animen también al verlos pensando “…esto va mejor”.  Nos gusta que se sientan bien  cuando les peinamos, lavamos la cabeza, les  perfumamos y les echamos crema hidratante… y los sábados toca manicura.

Créanme sólo con una sonrisa, una mirada o un apretón de manos es suficiente para alegrarnos una jornada.

Durante esos momentos difíciles las cosas sencillas como llevar una silla a un familiar, unos pañuelos de papel, limpiar unas lágrimas, coger una mano sin guantes o simplemente la presencia silenciosa poseen una enorme significación para paciente y familia. Por eso sigo allí, porque me gusta CUIDAR en el más amplio sentido de la palabra, aunque a veces no sea FACIL .


A mi familia, compañer@s, a mis pacientes con todo mi corazón.

Reme Nieto Carrilero